Editorial Jus Mexico D.F.

sábado, 5 de marzo de 2011

Conjuro


Un latido de tu corazón…

Una gota de la esencia que destila tu piel en contacto con la brisa

Un brizna de hierba atrapada en tu cabello

Un gemido…fugitivo de tu boca

Tu mirada reflejando los colores del ocaso

Las sinfonías eternas que compones con tu risa…

Las estrellas que agonizan en cada una de tus lágrimas...

La ternura con que atraes mis silencios…

Las mansas caricias con que atormentas mi piel…

La tempestad que desatas cuando susurras mi nombre…

Capturado en el instante en que el sol es consumido por la tibia humedad del horizonte…

Condenado a navegar eternamente en la marea de tu aliento…

Esclavo voluntario del aroma de tu cuerpo…canela…miel...y barro

Tu…forjada en las entrañas del destino…

aún mas frágil que el cristal que recubre las paredes del olvido…

Tu..Hechicera y conjuro…

Fuego y sangre…

Luna y cielo…

Cruzo las fronteras herrumbradas del recuerdo

asido a las hebras desprendidas del deseo…

sediento de tu boca…

encadenado a tus sueños…

© Mercedes Mayol

Copyright 01-03-2011

miércoles, 16 de febrero de 2011

Articulo en El Catalejo, Portal de Cultura




http://elcatalejo.com/el-corazon-de-prometeo-libros-narrativa.html
El Corazón de Prometeo
En esta ficción fantástica de temática romántica juvenil, Mercedes Mayol se luce en la descripción de sensaciones y sentimientos, logrando un preciso
retrato de las pasiones de sus protagonistas.
La narradora enfoca su historia en Camila Márquez, una joven estudiante universitaria, huérfana desde la infancia, que por motivos no deseados se ve situada de pronto, rompiendo con su rutina, en una encrucijada primordial.

Empleando un discurso fluído y plenamente descriptivo, Mayol sitúa a su protagonista en medio de un complejo sistema de opuestos, donde ángeles caídos y ángeles cazadores mantienen una lucha ancestral y donde, en su profunda intimidad, Camila lucha por entender la batalla del destino, del amor incondicional, su feminidad y la existencia de lo imposible.
El amor es la única llave provista para liberarnos de ciertos encierros karmáticos, y en la narrativa de Mayol es evidente la idea de la presencia del amor contra la fatalidad y contra toda estrategia del destino.
La tensión de los opuestos, la lucha eterna del bien y el mal, una isla casi deshabitada y la ciudad deshumanizada, el cielo y la tierra, el ángel y la mujer, el destino y el deseo, son atravesados una y otra vez por la pasión, por esa pasión que tan precisamente logró describir Mercedes Mayol en El Corazón de Prometeo.

+ Trailer // El Corazón de Prometeo.

lunes, 14 de febrero de 2011

Tráiler del libro El corazón de Prometeo

Existe un lugar… donde el tiempo es de otra especie…

donde el pasado…es mucho mas que un recuerdo…

Un lugar…donde tu corazón descubrirá…

que el amor…puede no pertenecer a este mundo…

prepárate para descubrir…

una realidad que superará tus mas increíbles sueños...

y será mejor que protejas tu alma…

por que los Nephilims…

aun están aquí…








sábado, 12 de febrero de 2011

Capítulo 1 completo

El bamboleo del tren me adormecía mientras el borroneado paisaje se deslizaba a través de la ventana. Mis recuerdos se habían anclado en aquel momento en que, sólo dos semanas atrás, estaba con mi abuela en el muelle mientras tomábamos un café y charlábamos de todo y de nada. Su risa cristalina me envolvía y hacía desaparecer el enojo que sentía por culpa de un profesor obsesivo y malhumorado de la Universidad. Mi abuela tenía ese efecto en mí, su presencia me calmaba, su sonrisa lograba que me riera de mí misma y que viera la vida de una manera casi mágica, como si nada fuese imposible. Ya estábamos por volver a la casa cuando, sin razón aparente, me tomó de la mano y dijo:

—A veces la vida cambia de golpe… como el río que cambia su curso —y señaló la sedosa superficie del agua—, podemos no entender por qué, pero lo hace. Es así… así es la vida en sí misma. Un misterio eterno que nos sorprende a cada segundo. Cuando esto suceda, recuerda, sólo debes tener fe. Aunque sientas que el miedo te oprime el pecho, aunque la angustia no te deje pensar, siempre tienes que creer que será para bien. Te guste o no, siempre será para bien.

Un velo de tristeza cubrió sus hermosos ojos cuando habló y mi corazón se encogió.

—Abuela, ¿que sucede?, me estas asustando —dije angustiada.

—Nada mi amor, sólo recuerda, no pierdas nunca la fe.

Y sonrió otra vez, como si nada hubiese sucedido.

Mi abuela era una mujer tan simple en su manera de vivir como en su manera de morir. Un buen día se fue a la cama y ya no despertó. Su rostro reflejaba calma. Sus labios una sonrisa. Así vivió… así murió, dejándome sumida en una profunda tristeza.

El médico que revisó su cuerpo dijo con naturalidad y una pena que alcanzaba a perlar sus ojos, que la hora de mi abuela había llegado como si la suma de latidos que le estaban predestinados hubieran llegado a su fin. Muertes como la de ella no eran algo común, pero a veces sucedían y era una bendición de la que muy pocos podían disfrutar.

La voz de Gloria me sorprendió aquella mañana mientras preparaba el desayuno en la minúscula cocina de mi departamento de la calle Juramento. Al escucharla lo primero que pensé fue que pronto vendría su cumpleaños y que con seguridad ya estaba pensando en hacer una de esas reuniones llenas de galletas de avena y tortas que tanto le gustaban. Gloria era como una tía para mí y aunque era la persona que ayudaba a mi abuela en los quehaceres domésticos, nunca pude verla como a una empleada, por que en realidad, no se comportaba como tal. Ella y Marco, habían formado parte de mi vida desde el comienzo. De hecho, él vivía en una cabaña junto a la casa grande que ocupábamos mi abuela y yo y Gloria en la isla de enfrente, detrás de un solitario caserón llamado Saint Souci al cual todos los isleños evitaban por considerarlo un sitio embrujado. Gloria era una mujer de unos 60 años, con las mejillas sonrosadas y una sonrisa continua en su bello rostro, bajita y con el cabello entrecano. Acompañaba mis tardes desde que mi abuela me trajo a la isla. El día que me mudé a la capital, Gloria lloró tanto que pensé que se deshidrataría. Había horneado casi dos kilos de galletas de avena para que llevara conmigo, como si fuese a mudarme al medio del desierto del Sahara y temiera que muriera de hambre e inanición. Cada vez que hablaba con ella no podía evitar que la alegría de escucharla se reflejara en mi rostro con una sonrisa, pero aquella mañana mi sonrisa se desvaneció rápidamente al escuchar la angustia con la que me hablaba:

—No se despierta, Sophia, no se despierta… —gemía entre sollozos.

Mi corazón se paralizó. No era posible, no podía ser…

—Voy para allá —dije mientras me repetía una y otra vez, no es cierto, no es cierto…

Me levanté, me calcé unos jeans, tome una remera sucia del canasto y como una autómata salí a la calle. Caminé con la mente en blanco hasta la estación y me senté en el tren. No supe cuando subí a la lancha, ni cómo llegué a la isla, pero allí estaba. Crucé el amplio jardín delantero casi sin respirar. Abrí la puerta… subí las escaleras, que se me antojaron demasiado largas en ese momento, pasé junto a Gloria sin ni siquiera mirarla y abrí la puerta de su habitación. Allí estaba tendida en su cama y Marco a su lado con los ojos rojos e hinchados por el llanto, su cabello parecía mucho más canoso que la última vez que lo había visto. Una expresión de terrible dolor se reflejaba en su semblante, parecía haber perdido su fuerza, sus mejillas estaban flojas, los labios agrietados, la vitalidad que siempre reflejaba se había desvanecido.

Al verme soltó la mano de mi abuela con amoroso cuidado, se incorporó con una lentitud que dejaba ver su dolor. Me dio la sensación de que había estado en esa posición por mucho tiempo. Se acercó a mí, y me llevó hasta donde un segundo antes el había estado. Esperó a que me ubicara junto a la cama y salió de la habitación.

Me quedé allí sin saber que hacer. La miraba y no podía creer que no despertaría jamás. Inspiré con profundidad y el aroma a miel que envolvía la habitación me golpeó como una ola. Era su esencia. Me acerqué a su rostro; sus cabellos, su piel, estaban impregnados con ese perfume. Me levanté de la silla y me senté frente a mi abuela, besé su frente esperando que me hablara, que sonriera… me sentía como estúpida esperando eso, pero ¿qué más podía esperar? Su piel estaba fría pero aún logré sentir una tibieza lejana, que se iba extinguiendo, escondiéndose… huía de mi. Acuné su cuerpo en mis brazos como si fuera un bebé, como ella hacia cuando yo estaba triste.

Las lágrimas comenzaron a brotar convirtiéndose en un manantial imposible de controlar. Comprendí que ella se había ido y no volvería. Lloré durante horas, sosteniéndola en mis brazos y seguí llorando aun cuando Marco me separó de ella. El mío era un llanto egoísta y lo sabía, lloraba su ausencia y también la soledad en la que me había dejado. Ella era todo mi mundo.

Cuando logré calmarme llamamos a la funeraria, me ocupé de lo que se suponía debía hacer.

La enterramos en el pequeño cementerio rodeado de álamos que estaba en el centro de la isla. Era su hogar, de modo que parecía natural que allí descansara. La cantidad de gente que fue a su entierro me emocionó hasta lo más profundo de mi ser.

Sabía que mi abuela había vivido muchos años allí, pero jamás creí que la gente la amara de esa manera. Todos estaban tan consternados como yo por su brusca partida. Ella era un ángel decían, ella era muy especial, jamás habrá otra como ella… y era cierto.

Una suave llovizna de verano cubría el pequeño cementerio dándole un halo de mayor tristeza si es que eso era posible. Marco a mi lado sufría en silencio.

Cuando terminó la ceremonia, los isleños se acercaron a darme el pésame. Todo a mi alrededor parecía irreal y transcurría como en cámara lenta. Mis ojos veían a la gente pero no había manera de que las palabras salieran de mi garganta, la angustia la oprimía dejándome sin respiración. Cuando todos se hubieron marchado me quedé allí, bajo la lluvia, mirando el montículo de tierra que cubría el cajón donde yacía el cuerpo de mi abuela, por que estaba segura que sólo eso guardaba la horrible caja de madera. Ella había sido un espíritu libre y como tal su alma vagaría muy lejos de allí, al menos eso era lo que pensaba en medio de mi dolor. Pero aun así, me negaba a creerlo. Cuando logré despegar mis ojos de su tumba miré la figura de un hombre de pie bajo los álamos que rodeaban el viejo cementerio; vestía con un impermeable tan negro como su cabello. La lluvia ahora más fuerte, azotaba con fiereza su cuerpo desprotegido, pero parecía no afectarlo. Me pregunté quién sería y qué le impedía acercarse… quizá no había venido por mi abuela, si no por algún familiar. De pronto me sentí ridículamente triste por él y sin saber siquiera quien era. El dolor produce sentimientos muy extraños, pensé. Marco me habló y cuando volví a mirar el hombre había desaparecido

Volví a mi departamento.

El tiempo transcurrió con lentitud. Podría decirse que me encontraba en un estado de shock. Me quedaba durante horas mirando el techo de mi habitación. No sabía cómo vivir sin ella, me sentía a la deriva, sin rumbo, sólo existía porque respiraba. Jamás pensé que no estaría y ahora… Ella era el puerto a donde me dirigía cuando estaba confundida, cuando no sabía qué hacer, era mi resguardo cuando la vida se ponía difícil…era mi hogar, mi única familia.

La muerte de mi abuela me sumió en un profundo estado de indefensión.

Pasaron los días… Una mañana me levanté después de hablar con el abogado que llevaba el testamento de mi abuela. Le confirmé que iría a visitarlo, tomé el teléfono, llamé a una inmobiliaria y pedí que rentaran mi departamento. Arreglé mis asuntos, que eran más bien pocos y continué con lo que para el afuera parecía un plan y que para mí era una inercia que no podía detener. Tomé las pocas cosas que me parecieron importantes y me fui a vivir a la isla. Así, sin más, sin dejar nada atrás, sólo objetos y pertenencias que en ese momento carecían de importancia para mí.

El abogado dijo que la herencia consistía en tres departamentos, dos en Belgrano, de los cuales yo ocupaba uno, el otro departamento estaba en la zona de Retiro; también había recibido la casa en la isla con todas sus cosas, la cuenta en un banco de renombre y una caja de seguridad en el mismo. Hubiese dado eso y más para que ella estuviese conmigo ahora, de nada me valía eso si ella no estaba allí. Firmé los papeles que me dio el abogado, tomé mis pocas pertenencias y me fui a la estación fluvial. Saqué el boleto y me subí a la lancha colectiva. Las dos que teníamos estaban amarradas en el muelle de la isla. Por otro lado era mejor así, el viaje en la colectiva me daría tiempo para pensar, una hora para despertar de este mal sueño.

Sin embargo, durante todo el trayecto sólo pude pensar en…nada, parecía que mi cerebro se negaba a emitir pensamiento alguno… sólo vacío.

Cuando la colectiva amarró en el muelle, la imagen de Saint Souci me produjo una sensación de frío que me recorrió la espalda. Era como si de alguna forma la soledad de aquel viejo caserón embrujado se hubiese extendido como una sombra contaminando mi hogar con su tristeza. El lanchero me ayudó a bajar los bolsos y me quedé en el muelle sin saber qué hacer. Vi a Marco dirigirse hacia mí, se me encogió el corazón, sus ojos reflejaban una inmensa tristeza. Él había estado con mi abuela desde antes de que yo viniese a vivir con ella. Tomó mis valijas con una melancólica sonrisa:

—Bienvenida.

—Gracias, Marco —dije, mi garganta se hizo un nudo.

No había pensando en cómo reaccionaría al volver a la casa de mi abuela con su muerte aún tan cerca. Intenté tragarme las lágrimas que luchaban por salir, pero al ver a Marco mis defensas cayeron. Después de mi abuela, era lo más cercano que me quedaba a una familia. Me desmoroné. Pero antes de que soltara la primera lágrima Marco me abrazó muy fuerte, acarició mi cabello y despacio me fue llevando hacia la casa. Mi pecho parecía resquebrajarse, no podía hablar, casi no podía respirar y por alguna razón yo sabía que él sentía lo mismo. Me sentó en el sillón del porche, dejó las valijas en el piso y se acomodó a mi lado pasando su brazo por sobre mis hombros y acercándome

a él. Me sentía pequeña e indefensa, como siempre que estaba a su lado. Cuando me fui calmando le dije:

—Lo siento.

—No hay nada que lamentar, todos sentimos su ausencia

—y su voz se quebró.

Los primeros días fueron muy duros. Sentía la presencia de mi abuela en cada lugar de la casa. Me quedé en mi habitación,

no quería entrar a su dormitorio. Quería que todo quedara como estaba, como si se hubiese ido de viaje y pudiese regresar en cualquier momento. Abriría la puerta y todo sería como antes. Mas no era así. No salía de la casa, Gloria venía, limpiaba sobre lo limpio, cocinaba algo y se iba con un tímido hasta mañana. Marco mantenía el jardín, cortaba el pasto, reparaba el muelle y se recluía en la pequeña cabaña que estaba junto a la casa grande donde me escondía yo. No sé cuánto tiempo pasó, sólo supe que un día decidí intentar vivir otra vez.

Me levanté, me serví un café y fui al amplio porche frente a la casa. Era un hermoso día soleado y pensé que ella no se merecía que yo estuviese así. Se pondría triste si me viese en ese estado.

Me senté en las escaleras del jardín y Marco me saludó con la mano desde el muelle. Era el tipo de día que le gustaban, soleados, ni muy cálidos ni muy fríos, un día perfecto para soñar diría ella.

Un enorme perro blanco se acercó a mi lado. Las islas estaban llenas de perros solitarios y salvajes y que apareciera uno en el jardín era cosa de todos los días, aparte no había cercos que separaran las casas, éramos como una enorme comunidad separada entre sí sólo por el respeto que nos teníamos, unidos por el afecto. El perro me miró de una manera extraña y me empujó con el hocico. Lo acaricié, lo abracé. El perro pareció disfrutarlo y se sentó a mi lado.

—¿De dónde eres? —pregunté como si fuese a contestarme.

Y por extraño que parezca, cuando me miró supe que yo sería su dueña. De modo que le dije:

—Bueno, todos necesitamos un nombre, ¿verdad? Qué te parece llamarte —entrecerré los ojos estudiando las posibilidades—…Gandalf, es mi personaje favorito del Señor de los anillos. Un gran honor, de hecho, te digo...

El perro me miró fijo a los ojos y casi creí ver que sonreía, sacudí mi cabeza riéndome de mi imaginación desbordada y así fue como a partir de ese día Gandalf se convirtió en mi peluda sombra blanca.

Una mañana llamaron a mi puerta. Bajé las escaleras arrastrando los pies todavía adormilada y abrí. Era Marco.

—Camila… necesito hablar contigo. —Su rostro reflejaba cierta preocupación.

—Pase por favor… no hay problema —dije restregándome los ojos… no es que tuviese mucho qué hacer por aquellos días.

—Yo quería preguntarte… tu abuela sabía… pero entendería si no quisieras —tartamudeó.

—Marco, por favor, dígame qué pasa, me está asustando—dije preocupada.

—Nada, es que mi hijo, Seth, venía a pasar una temporada conmigo, pero comprendería que… —Estaba nervioso, con

ansiedad.

Me sentí mal por él… sentí lo incómodo que estaba preguntándome esto. Me sorprendió la noticia, pero no de que viniese su hijo, si no de que tuviese uno, jamás me había hablado de él.

—Marco, no sabía que tenía un hijo… pero… es bienvenido. ¿Seth se llama? —pregunté intentando calmar su ansiedad y mi asombro al mismo tiempo.

—Sí… vive en Roma. Es una larga historia —señaló algo avergonzado.

—Marco, de verdad, no hay problema, yo no soy una gran compañía estos días, no me molesta para nada —mentí… lo que menos quería en esos días era conocer gente nueva, pero era el hijo de Marco, y no quería que se sintiera mal por mí, por lo menos él estaría un poco entretenido y uno de los dos dejaría de sufrir por unos días—. Si necesita tomarse una licencia, por si quiere mostrarle el continente o lo que sea. No va a ser ninguna molestia para mí.

—Muchas gracias —dijo—, prometo que ni siquiera notarás su presencia. Él es… muy reservado.

Me quedé asombrada, de hecho diría que pasmada era la palabra correcta. Marco tenía un hijo… Marco… el Marco que mi abuela adoraba. Recordé como sólo tres o cuatro años atrás, en una época en que el romance y las hormonas ocupan el noventa por ciento de mi conciencia, pasábamos las tardes con Laura, mi vecina, compañera de estudios y cómplice de siempre, discutiendo sobre la posibilidad de un apasionado y oculto romance entre él y mi abuela. Intentábamos sorprenderlos una y otra vez, y aunque nunca habíamos logrado nuestro cometido, siempre nos quedó

la sensación de que aquello que los unía era mucho más fuerte que una simple amistad. Era la manera en que se miraban el uno al otro, la suavidad de las palabras que él utilizaba cuando se dirigía a ella… la manera en que ella se movía cuando estaba cerca. Y ahora todo aquello se derrumbaba ante mí como un castillo de naipes. Marco tenía un hijo. Reconozco que me sentí un poco traicionada, como si hubiese engañado a mi abuela, y aunque estaba segura que ella sabía de su existencia, me preguntaba por qué jamás me habían hablado de ello.

Observé a Marco alejarse con paso cansino hacia su cabaña, había envejecido mucho desde la muerte de mi abuela, sin embargo tenía la misma elegancia y porte que antaño. Era muy alto, por lo menos un metro noventa, su cabello era negro azabache, ahora enmarcado con visibles canas. Sus ojos eran melancólicos, de un color verdoso bastante extraño, casi esmeralda, jamás vi ese color en nadie que conociera aparte de él. Su rostro reflejaba una continua media sonrisa, tenía un hoyito en el mentón y casi siempre llevaba la barba un poco crecida como los vaqueros del medio oeste de las películas en blanco y negro. Su cuerpo era atlético para su edad, me di cuenta sorprendida de que no sabía cuántos años tenía, intenté hacer memoria de algún cumpleaños pero no recordaba ninguno. Era lo más cercano a un padre que yo había conocido. Siempre estuvo en mi vida, me enseñó a caminar, me mostró cada planta

y arbusto que crecía en la isla, jamás se enojaba y por el contrario me calmaba cuando la enojada era yo. Siempre respondía a mis preguntas y se reía con mis terribles chistes, contaba con él de una manera incondicional, de la misma manera que mi abuela lo hacía. Era parte de mi vida y yo sabía muy poco de él. Ni siquiera sabía si cobraba un sueldo por su trabajo o de qué manera se mantenía, pensé angustiada. Me sentí culpable por no preguntarle jamás qué era de su vida… o de qué manera había sido antes de estar viviendo con nosotras. Ese hombre había formado una parte importantísima de mi existencia y yo di por sentado que así debía ser. Me prometí a mí misma cambiar eso, no sabía cómo, porque mis dotes sociales eran más bien nulas, pero lo cambiaría.

Marco siguió con sus tareas habituales, mientras yo volvía a mi habitación a cambiar mis pijamas por algo más decente. Me serví un café y me senté en las escaleras del porche a mirar el verde ondular de los árboles que se agitaban con la suave brisa de verano, con la mente ocupada sólo en el placer que me producía esa imagen mientras acariciaba el blanco y mullido pelaje de mi nuevo compañero canino, que había apoyado con pereza su cabeza en mi regazo.

Pasaron sólo unos segundos para que esa imagen tan serena e idílica cambiara con brusquedad, se hizo un silencio opresivo…el aire a mi alrededor se volvió tan denso y pesado que se me hacía difícil respirar, los árboles quedaron inmóviles como si estuviese mirando una fotografía. Gandalf levantó sus orejas y se sentó tenso a mi lado mientras gruñía por lo bajo. Me levanté despacio y caminé hacia el muelle mientras un frío recorría mi cuerpo y me hizo recordar esa frase que decía mi abuela: alguien está caminado por tu tumba. Ese solo pensamiento despertó un miedo irracional que se apoderó de mí. Comencé a acelerar el paso, como cuando era niña y debía pasar al baño en medio de la noche cruzando un pasillo a oscuras y corría ese pequeño trayecto con el corazón latiendo desbocado.

Me encaramé en el muelle tomándome con fuerza de la baranda, mientras mis ojos escrutaban el río que se mantenía

quieto y oscuro. Un golpe sordo a mis espaldas detuvo mi agitada respiración. Me giré como esperando encontrar un monstruo tras de mí y fue entonces que vi una paloma que parecía muerta sobre las desgastadas maderas. Me acerqué a ella y la levanté con cuidado sacando a Gandalf que se empeñaba en empujarla con el hocico como si de esa manera lograra que el cuerpo diminuto cobrara vida. Era de un blanco níveo, casi parecía brillar con los rayos del sol que se reflejaban sobre sus plumas tornasoladas. Mi temor inicial fue reemplazado por una profunda pena cuando palpé su corazón quieto y apagado. Me volví hacia el río que aún se mantenía inmóvil, y recité en voz alta una oración que me había enseñado mi abuela cuando encontrábamos algún ave sin vida en el jardín luego de una tormenta:

—Devuelvo al río tu alma, para que Dios te convierta en ángel y puedas regresar a mí.

Y dándole un beso de despedida, arrojé su pequeño cuerpo a las aguas del río, pero antes de que su cuerpo siquiera tocara la superficie, sus alas se abrieron y el ave, que segundos antes yacía sin vida en mis manos, voló hacia los árboles dejándome abrumada y sin respiración. En ese instante exacto… todo a mi alrededor pareció despertar. El río comenzó a correr, la cálida brisa retomó su tarea acariciando los árboles y las aves comenzaron a trinar ante mi mudo asombro. Mi corazón se debatía entre latir enloquecido o detenerse por la emoción de lo que había presenciado, y entonces comprendí que quizás aquel milagro era la manera en que mi abuela me decía que la vida continúa a pesar de nosotros mismos... sin sospechar que ese extraordinario hecho, era sólo el principio de lo que el destino tenía preparado para mí…


viernes, 11 de febrero de 2011

La autora




Biografía

Mercedes V. Mayol, nació el 21 de mayo de 1966, en la Ciudad de Buenos Aires. A los pocos años ingresa como pupila en un colegio de monjas, el Monseñor Aneiros de San José, y en medio de aquellos altos muros de piedra, rodeada de libros y el amor de la Madre Rosario, quien fuera su mentora y protectora en aquella extraña infancia, comienza a soñar con cuentos y fantasías que hicieron muchas veces de contención en un mundo que distaba mucho de ser idílico, preservando su corazón y sus sueños.

Estudia en la misma Ciudad, se convierte en madre, esposa, compañera y se dedica por completo a su familia, sin dejar de lado su pasión por los libros y soñando despierta con romances e historias que anhela escribir algún día, cuando el tiempo y la vida le den el lugar.

En abril de 2009, a la edad de 43 años, toma un cuaderno y unas cuantas lapiceras y se va con su familia de vacaciones a un lugar al que amó desde el mismo instante en que sus pies rozaron aquella tierra húmeda, rodeada de ríos y vegetación salvaje, el Delta de Buenos Aires, y comienza lo que solo cuatro meses después se convertiría en esta, su primera novela, “El corazón de Prometeo”, y aquello que era solo un intento se convierte en un sueño hecho realidad, gracias al apoyo incondicional de su familia y amigos quienes la alentaron a seguir adelante siempre.

Actualmente se encuentra escribiendo la segunda novela de la saga de Prometeo y publica ensayos y relatos cortos de género romántico en su blog personal y sueña despierta como cuando era una niña…y la historia vuelve a comenzar…

“Muchas veces me preguntan como hago las cosas para que el universo parezca conspirar para darme el gusto…pues es simple…yo no planeo…solo siento…sueño y me lanzo al vacío con los brazos abiertos…con la mente en blanco para que se llene de aquello que se convertirá en realidad para mi…con el corazón desbocado por la ansiedad de saber que todo aquello que se cruce en mi camino será una sorpresa, por que nada se, ni nada espero si no lo que deba venir…así que ya sabes…nunca dejes de soñar”

Mercedes V. Mayol

jueves, 10 de junio de 2010

La leyenda del viejo Sauce

sauce ok.jpg

He estado pensando mucho en como transmitir la imagen del lugar donde transcurre "El corazón de Prometeo", quería que pudiesen no solo ver, si no sentir ese lugar de la manera en que yo lo veo. De modo que luego de varios días de pensar y pensar… me he dado cuenta de que la mejor manera, al menos para mí, es contarles una historia, que les muestre el lugar a través mis ojos …y desde mi propio corazón.

Este lugar, no es ficticio aunque si mágico. Su nombre...Delta de Buenos Aires y he aquí la historia que los llevará a el...

La leyenda del viejo Sauce

Su infancia transcurrió en un lugar mágico, lleno de supersticiones y leyendas. Un lugar en el que los sueños, están profundamente ligados a la realidad, y quizás ese lugar era así, por la salvaje belleza en la que estaba inmerso, quizás por el manto de líquido fuego que acaricia aquella tierra oscura y llena de vida, un río de sentimientos encontrados y perdidos, un río que ama el lecho que le sirve de camino, por que ese lecho, está limitado solo por las suaves caricias de los árboles y por esas islas que parecen surgir desde lo mas profundo del alma y en la que sus habitantes, son tan soñadores como el lugar mismo. Ella creía en duendes, en hadas, en ángeles y como no hacerlo?... si su abuela le relataba las historias mas dulces cada noche, mientras el viento se colaba a través de las maderas flojas de la casita donde vivían... como no creer en esas cosas, si uno, vive en un lugar mágico como ese.

Por eso, ella volvió aquel atardecer…para buscar aquello que sentía haber perdido, para recuperar algo de la que alguna vez, había sido. La vida la había llevado por muchos senderos que la alejaron de aquel lugar, la jungla de cemento acalló sus sueños con el bullicio de una vida que no le pertenecía Se vio inmersa en un mundo en el cual se sentía lejana y extraña, pero que se suponía debía ser…Mientras la lancha navegaba por aquel río, sus ojos recorrían las costas llenas de verdes mareas azotadas por las aguas, su piel reseca se vio de pronto abrumada por miles de sensaciones que traía hasta ella la húmeda brisa. Sintió el aroma del agua aturdiendo sus sentidos, ese mismo aroma que tantas veces había deseado sin saber que estaba allí…metido tan dentro suyo que con solo inspirar profundo hubiese bastado. Por que es eso lo que sucede cuando uno conoce un lugar así, se mete dentro de uno y pasa a formar parte del alma.

Cuando sus pies pisaron aquella tierra, exhaló largamente el aire que retenía dentro de ella y aquella parte que yacía acurrucada se estiró finalmente hasta rozar el cielo. Ella estaba por fin en su lugar, lo sabía, podía sentirlo…y ahora…iría a buscar lo que había perdido…aunque…se preguntaba no sin cierto temor, que sucedería si en realidad… jamás lo tuvo?...si eso que tanto deseaba…no formaba parte de ella…y como se puede perder algo…que jamás has poseído?.

Por eso…ella iba hacia el viejo Sauce…por que el viejo Sauce escondía en si mismo un antiguo y poderoso secreto…los habitantes de aquellas islas contaban que dentro de aquel árbol estaba atrapado un ángel, por eso, siempre que deseaban algo con todas sus fuerzas, iban hasta allí y le regalaban flores que dejaban frente a el como ofrenda a cambio de sus deseos. Era ese su anhelo, era esa su última esperanza…

Comenzó a caminar despacio por el sendero que la llevaría hasta el arroyo...primero se quitó los zapatos y sus pies se hundieron en la hierba húmeda, extendió los brazos y sus manos acariciaron los juncos que bordeaban el sendero dejando huellas de olas ondulantes tras de si…inspiró profundo y el aroma de miles de especies de flores inundaron sus sentidos…desprendió su cabello de las ataduras y artificios que impedían su libertad…aflojó los botones de su vestido y así…siendo por fin ella misma llegó hasta el arroyo que la llevaría a su destino.

El lugar la sobrecogió por su belleza…sus lágrimas comenzaron a correr en armonía con el discurrir de aquellas oscuras aguas frente a ella…la brisa acarició su cuerpo y se llevó consigo la sensación de desasosiego que tanto la abrumaba. Casi dejó de respirar cuando vio el viejo sauce del otro lado del arroyo por temor a que desapareciera como un sueño…las ramas acariciaban las aguas y formaban pequeños remolinos a su alrededor. Los camalotes desbordados de bellas flores lilas y celestes navegaban en una danza de perfecta coreografía, impulsados solo por la dulce armonía de las aguas …

Se sentó en la orilla y cerró sus ojos antes de pronunciar su más secreto deseo.

Inspiró profundamente, mientras todo el lugar se sumía en una extraña quietud, como si también estuviese esperando la liberación de aquel anhelo tanto tiempo retenido…

- Deseo…- dijo al fin mirando al Sauce con intensidad- sentir una pasión que arrase mi alma…que me deje sin aliento…que me haga sentir que la vida…no ha sido en vano…una pasión, como la que tu sientes por este lugar al cual te has encadenado…yo…necesito saber que estoy viva…

Ella sumergió sus manos en el agua rozando a través del oscuro líquido las ramas del sauce. El viejo árbol pareció agitarse ante aquellas palabras, y cuando sintió el calor de aquellas manos llegar hasta el a través del agua, se estremeció abrumado por su deseo, sus ramas se hundieron mas en el angosto arroyo, extendiéndose hasta llegar a ella, envolviéndola y atrayéndola hacia el, dispuesto a hacer realidad…todos sus sueños.

Cuenta la leyenda que desde aquel atardecer…el viejo Sauce, se cubrió de hojas doradas que al agitarse con la brisa susurran el nombre de su amada…la misma mujer que pronunció las palabras que siglos antes a el lo encadenaran…"deseo…sentir una pasión que arrase mi alma…"

Mercedes V. Mayol Copyright© 2010


lunes, 31 de mayo de 2010

El corazón de Prometeo...Próximamente..




Existe un lugar…
donde el tiempo es de otra especie…
donde el pasado…es mucho mas que un recuerdo…
Un lugar…donde tu corazón descubrirá…
que el amor…puede no pertenecer a este mundo…
prepárate para descubrir…una realidad que superará
tus mas increíbles sueños...
y será mejor que protejas tu alma…por que ellos…aun están aquí

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